viernes, 6 de agosto de 2010

Cultura política y legitimidad.

La legitimidad define la cualidad de ser conforme a un mandato legal, a la justicia, a la razón, o a cualquier forma de mando. En tal sentido es la conformidad que siente una persona o grupo de personas de asumir a la autoridad. El concepto se relaciona con legitimación, que es el proceso mediante el cual un grupo de poder o persona obtiene legitimidad.

Un Estado es legítimo en la medida en la cual ejerce el poder sin necesidad de recurrir a la coacción por medio de la fuerza; pues, sus medidas son asumidas por la comunidad. Max Weber identifica dos tipos de legitimidad en el ejercicio del poder: la legitimación carismática (los subordinados aceptan el poder en base a la santidad, heroísmo o ejemplaridad de quien lo ejerce) y la legitimación racional (los subordinados aceptan el poder en base a motivaciones objetivas e impersonales).

Es impreciso confundir legitimidad política con afinidad política. En un sistema democrático los simpatizantes del bando político perdedor están llamados a obedecer a los vencedores, pues es el sistema democrático el que goza de legitimidad. Y, aunque la legitimidad debe ser característica presente en una democracia sana, no debemos olvidar que las monarquías absolutas también tuvieron aprobación popular en un debido momento.

Entonces, en la legitimidad política hay dos sujetos involucrados, que interactúan constantemente: el sujeto que obedece y el sujeto que manda. Para el sujeto que obedece el poder que ejerce el que manda debe posee legitimidad de origen (elecciones populares y libres) y debe ejercer el poder cumpliendo las leyes promulgadas por el pueblo; esto daría legitimidad de origen y libertad de ejercicio al sujeto que manda en una sociedad democrática. Para el sujeto que manda, la legitimidad viene está dada por la autorización a ejercer el poder que le da la ley. En tal sentido, la legitimidad es un pacto, un compromiso entre el sujeto que obedece y el sujeto que ejerce el poder.

En la conformación del estado, no solo los entes de administración gubernamental deben regir el poder. Dentro del estado verdaderamente democrático participan diversas fuerzas: Gobierno y representaciones ciudadanas. Entre las mismas es menester la existencia de comunicación y respeto por las ideas del otro; para que en libre intercambio de ideas subsistan la democracia y se legitimen los factores de poder.

En este sentido, destaca la comunicación como requisito indispensable para concretar el bienestar ciudadano. Entendiéndose comunicación no sólo como el libre y ético ejercicio de los medios de comunicación social de masas, sino igualmente, la expresión de opiniones de los diversos entes representativos ciudadanos; obreros, empleados, industriales, comerciantes, estudiantes, universidades, productores agropecuarios, partidos políticos, religiones; en conclusión, la sociedad civil organizada, en constante diálogo con la representación gubernamental. Diálogo donde es menester la tolerancia, el reconocimiento de la legitimidad del otro; lejos de las persecuciones y el menos precio.

Cuando lo planteado anteriormente no se instaura en un sistema democrático, el sistema degenera en una actitud paternalista por parte de la administración estatal y el ciudadano se hace ente pasivo conformando una masa amorfa lejos de la racionalidad ciudadana. Entonces, el paternalismo degenera en inertes por mantener el poder el mayor tiempo posible con miras a alcanzar el bienestar pero de los administradores y la masa amorfa mal llamada ciudadanía admira al caudillo de turno esperando sus dádivas.

De manera que, no es erróneo afirmar que un sistema democrático no es tal sólo por llevar esa denominación la administración de turno, ni porque eventualmente se asista a urnas electorales a cambiar o no al mandatario (dado el caso que aún hallan elecciones pulcras dentro de un sistema paternalista); no, mucho más allá de los requisitos de denominación y la alternabilidad de los gobernantes, la democracia exige del ejercicio de la virtud para su subsistencia y validez. Ejercicio sano del poner que persigue el bienestar de la colectividad.

Los principios de tolerancia, comunicación, reconocimiento y respeto por el contrario no se identifican con un sistema económico específico. En el pasado se relacionó que el sistema económico denominado libre comercio estaba acorde con las virtudes ciudadanas, ya que el ejercicio de la libertad comercial garantizaba el libre y sano desarrollo democrático de los pueblos; la historia ha demostrado lo contrario. La democracia sana que dignifica al ciudadano está lejos de sistemas voraces económicos.

En contrapartida a lo afirmado en el párrafo anterior, lo contrario a un comercio libre no necesariamente lleva al desarrollo democrático. Pues, en sistemas llamados de izquierda, donde aparentemente el capitalista pasa a ser el administrador del estado, tampoco se desarrollan los valores democráticos esperados.

Tanto los sistemas donde el comercio es libre o restringidos, puede no estar presente el ejercicio de la democracia como característica de administración. Entonces, en estos casos, cuando existen exigencias ciudadanas las mismas suelen desencadenar violencia al no verse escuchadas o solventadas. En este caso, la violencia genera violencia manchando de sangre las páginas de la historia.

No son pocos los casos en la historia donde actos de violencia surgen luego de la intransigencia, el menos precio y la sordera de los entes de administración; recordemos los eventos de la revolución cultual en China (iniciada en 1966), el denominado Mayo Francés en Francia en el año 1968, la revolución rusa (1917); y más cercano a nuestra latitud, la masacre de abril de 2002 en Venezuela. Sucesos donde la obcecación y los oídos sordos llevó a una escalada de crimen que concluyeron en derramamiento innecesario de sangre y el reino de la barbarie.

La democracia no es la dictadura del administrador de turno ni la hegemonía y anarquía de la sociedad civil; es, indudablemente, la coexistencia de diversas opiniones en un escenario común. Es saber que tengo derecho a expresar mi opinión y ser escuchado; pero, sobretodo, renunciar a mi apreciación subjetiva de la realidad para tolerar al otro, y aceptar su opinión si es el consenso de la mayoría. Además ser parte activa de la concreción de la planificación acordada por la colectividad así la misma diste de mi concepción; porque no necesariamente lo que yo creo que el bueno así lo es, ni lo que yo tengo como vía para concretar mi bienestar conlleva al bienestar del colectivo en su aplicación. De esta manera mi verdad es escuchada, atendida; pero necesariamente queda supeditada al consenso general. Consenso al cual me debo.

En una sociedad sana, no existen las imposiciones que contradigan los derechos humanos. Los argumentos se plantean con suficientes razones, con la finalidad de que los mismos entren en intercambio con otros argumentos; y así, al llegar al consenso, determinar los caminos a transitar por la sociedad.

En el marco de ese diálogo social, es necesario que las partes se comprometan con las razones esgrimidas; de este compromiso surge la perdurabilidad en el tiempo de los acuerdos. Pues, sin compromiso no existe continuidad; y, la sociedad estaría condenada a dar tras pies de un lado a otro, sin concretar objetivo alguno.

Ahora bien, otra de las características necesarias para poder concretar un efectivo diálogo social es el reconocimiento como símil de los entes relacionados dentro del fenómeno. De esta forma, se proscriben las imposiciones, y se permite la libre expresión y discusión de las ideas racionales.

En la historia política de los pueblos son muchos los casos de intolerancia y pocos los de ejercicio sano de la democracia, pues el mismo exige un esfuerzo de la sociedad, desde la formación adecuada de los individuos a nivel educacional, la instauración de una sana comunicación, formación de una apropiada representación ciudadana y la creación de espacios de intercambio de opiniones. Exigencias mínimas para que la virtud y no la barbarie se traduzca en una forma de gobierno idónea que garantice el bienestar de la sociedad.

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